Hay experiencias que se pueden contar… y otras que solo se pueden vivir.
Así es el Viernes Santo en Quito: una jornada que va más allá de lo religioso, más allá de lo tradicional. Es una vivencia que toca fibras profundas y te conecta con la historia, la fe y la cultura viva de una ciudad que, ese día, late de una manera diferente y única.
Desde temprano en la mañana, el Centro Histórico de Quito comienza a transformarse. Las calles empedradas, los balcones coloniales y las antiguas iglesias se preparan para uno de los eventos más conmovedores del año: la procesión de Jesús del Gran Poder. Se respira solemnidad, respeto… y algo que solo se puede describir como una energía que une a miles de personas en un mismo sentir.
La procesión con los cucuruchos que acompañan a Jesús del Gran Poder. Figuras impactantes vestidas con túnicas moradas y conos altos que cubren sus rostros. Caminan en silencio, muchos descalzos, algunos con cadenas o cargando cruces. Cada paso suyo cuenta una historia: de fe, de promesas, de agradecimiento, de penitencia. La imagen de Jesús del Gran Poder, cargada entre hombros devotos, avanza con una fuerza simbólica que detiene el tiempo. Es imposible no emocionarse o dejarse tocar por lo que sucede en ese momento.
He visto viajeros de todo el mundo quedarse sin palabras frente a esta manifestación. Algunos se suman a la procesión, otros simplemente la observan con el corazón apretado y los ojos vidriosos. Porque este momento no es solo para creyentes. Es para cualquier ser humano que busque conectar con algo auténtico, real y profundamente humano.